miércoles, 12 de septiembre de 2007

Deasaen


Hace mucho tiempo, en una tierra muy lejana, existió un lugar llamado Deasaen.

Deasaen era un hermoso reino formado por verdes praderas rodeadas de hermosas montañas.

Los habitantes de Deasaen se dedicaban principalmente a la agricultura y vivían en paz en pequeños pueblos rodeados de campos de cultivo.

Deasaen era un lugar muy agradable, pero con el paso del tiempo las cosas cambiaron. Los días empezaron a ser grises, sin apenas luz, y cada vez más cortos, mucha gente desaparecía sin dejar rastro, y gran cantidad de animales y plantas enfermaban sin ningún motivo.

El rey Demetrius preocupado por los cambios sucedidos en Deasaen, intentó buscar una solución. Primero buscó información sobre lo sucedido en los antiguos libros de su biblioteca, pero no encontró nada de ayuda. Después mandó a varios hombres de su confianza a buscar información, pero tampoco consiguieron nada. Finalmente, el rey hizo llamar a un anciano llamado Rogelio, que vivía en las montañas que rodeaban Deasaen, ese hombre tenía fama de poseer conocimientos antiguos y poderes sobrenaturales.

Rogelio estaba preparándose una infusión cuando escuchó como alguien llamaba a la puerta de su cabaña. Con paso lento, Rogelio se dirigió a la puerta. Cuando abrió, vio a un hombre joven con cara de cansancio.

-¿Que os trae por aquí joven? -dijo Rogelio-. Me sorprende ver a un viajero por estos lugares.

-No soy un viajero, soy un mensajero del rey Demetrius y vengo para traeros este mensaje.

El mensajero sacó entre sus ropas un pergamino con el sello real y se lo entregó al anciano. Rogelio leyó de forma pausada el escrito, intrigado por lo que ponía en ese pergamino, ya que en las montañas, el no percibió ninguno de los cambios que había sucedido en Deasaen.

-Comunicadle a vuestro señor que acudiere a su llamada dentro de cinco días -dijo el anciano

pensativo-. Tengo que hacer unos preparativos.

-Así lo haré -respondió el mensajero.

Dicho esto, el enviado del rey partió rápidamente montado sobre su caballo.

Rogelio preparó varios frascos con diferentes hierbas, muchas de ellas tuvo que ir a recogerlas a lugares de difícil acceso situados en las montañas. Después de preparar las hierbas, preparó varios libros y pergaminos escritos en antiguos lenguajes, que solo él comprendía, para consultarlos en sus investigaciones.

Cuatro días después de recibir el mensaje del rey, comenzó a caminar hacia el palacio de Deasaen. En las montañas todo era normal, la vegetación era abundante y de un verde intenso, los pájaros canturreaban y volaban de un lado a otro y el aire tenía el olor de las plantas aromáticas que crecían entre los árboles.

Según se iba adentrando en las llanuras de Deasaen, la situación cambiaba. A medida que avanzaba, las plantas tenían un color menos intenso y apenas había presencia de animales silvestres, y todo esto se agravaba según Rogelio se acercaba más a su destino.

Finalmente al quinto día de recibir el mensaje llegó al palacio.

El enorme palacio estaba construido por bloques de piedra perfectamente labrados, en la fachada había multitud de estatuas y grabados con todo lujo de detalles, y el tejado había sido hecho con láminas de pizarra trabajada por los más expertos canteros.

Uno de los guardias que estaba en la puerta detuvo a Rogelio apuntándolo con su lanza con un gesto amenazante cuando vio que el anciano tenía intención de entrar. Ante la actitud hostil del guardia, le entregó con mucha calma el pergamino que le dio el mensajero. El guardia, tras comprobar el pergamino, cesó su actitud hostil y le permitió el paso.

En el interior del palacio, las paredes, que tenía un recubrimiento de madera, estaban decoradas con hermosos tapices de todos los tamaños, el suelo de mármol, estaba perfectamente pulido y por todas partes se podía ver gran numero de estatuas de oro.

Rogelio fue atendido por un sirviente, que le llevó a una habitación que había sido preparada para él. La habitación no era tan lujosa como el resto del palacio, pero esto no le importaba, en ella había todo lo que necesitaba un hombre como Rogelio para sentirse cómodo.

Nada más asentarse, el rey Demetrius en persona fue a verlo. Tras llamar a la puerta, Rogelio le abrió. Con una leve inclinación el anciano saludó al monarca cuando este entraba por la puerta.

-Saludos -dijo el rey con voz enérgica-. Me alegro de que estéis aquí.

-Yo no me alegro demasiado, ya que son las malas noticias las que me han hecho abandonar mi

vida de reposo en las montañas.

-Es cierto que la situación de Deasaen es triste -respondió Demetrius-. Por eso me alegro de

poder contar con alguien tan sabio para solucionar este problema y os agradezco su presencia en

palacio, si necesitáis algo, no dudéis en pedirlo.

-De momento, necesito descansar -dijo Rogelio-. Estoy agotado por el viaje, y necesito estar en

las mejores condiciones posibles para investigar los extraños hechos que suceden en estas tierras.

-Entonces descansad todo lo que necesitéis.

Dicho esto el rey Demetrius abandono la habitación dejando descansar al anciano.

Al día siguiente, Rogelio comenzó sus investigaciones. Para desempeñar sus tareas se le habilitó una habitación en la que hacer sus experimentos.

Tras una semana de trabajo, Rogelio se dirigió hacia el rey para comunicarle los resultados de la investigación que había llevado a cabo.

-Majestad, ya se lo que esta sucediendo.

-Contadme -dijo el monarca.

-Hace mucho tiempo en estas tierras vivió un brujo al que no se le podía vencer de la misma

forma que a cualquier otro hombre. Ese brujo fue derrotado, pero a pesar de su muerte, no

abandono estos lugares, su alma, permaneció aquí, buscando un cuerpo al que poseer, y al

parecer lo ha conseguido. Ahora, ese malvado hechicero se encuentra en la Cueva del

Anochecer haciendo perversos conjuros.

-¿Ha averiguado como acabar con ese brujo? -pregunto Demetrius.

-Así es -dijo Rogelio con voz pausada-. En este reino hay un hombre con la capacidad de

destruirlo, se le puede identificar por una marca de nacimiento en forma de sol que tiene en la

palma de la mano, pero no puedo decirle su localización ni su nombre, ya que mis

conocimientos no llegan a tanto.

-Buscare a ese hombre y le mandaré venir ante mi presencia, contestó Demetrius.

El rey mando varios jinetes por todo Deasaen en busca de el hombre con el sol marcado en su mano, al que localizaron tras varios días de búsqueda.

Silvio, que así se llamaba el hombre de la marca en forma de sol, era un campesino alto y delgado, con un aspecto tan tranquilo que transmitía calma a todo aquel que lo rodeaba.

El campesino acudió al palacio en cuanto fue llamado para resolver un problema urgente.

A Silvio, le ofrecieron grandes riquezas por acabar con el brujo, pero las rechazó, ya que el quería acabar con los males de Deasaen, únicamente porque le parecía lo correcto.

Cuando Silvio llegó a la cueva donde se encontraba el brujo, en lugar de atacarlo, prefirió hablar con el, para intentar llegar a un entendimiento, y hacer que Deasaen volviera a la normalidad.

Tales eran las buenas intenciones, y las ganas de llegar a un acuerdo con el brujo, para que conviviera de forma cordial, con los habitantes de Deasaen, que el alma corrupta del malvado hechicero no fue capaz de soportar tanta bondad, quedando destruida en el acto, por lo que el cuerpo que había poseído calló al suelo sin vida.


Diego Escudero

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